Texto: José María Guillén Llado
El número de afectados por Alzheimer
está aumentando imparablemente. Las previsiones sobre esta terrible
enfermedad aseguran que se duplicará en los próximos veinte años, hasta
llegar a la cifra de más de 67 millones de personas en todo el mundo.
Actualmente, supone el 50% de las personas afectadas por la ley de
Dependencia en nuestro país. Sin embargo, a pesar de la tremenda
importancia y dramatismo de esta realidad, conocida por las personas que
están directa o indirectamente afectadas o relacionadas con ella,
familiares y profesionales, es sistemáticamente ignorada por el resto,
de forma que suelen acordarse de ella solamente cuando se celebra el día
mundial del Alzheimer… Y poco más… debido, precisamente a una
perspectiva alienante de los problemas y a la creencia muy humana, de
que a nosotros no nos va a pasar. Sin embargo, las evidencias aseguran
que todos participamos, sin querer, en esta especie de ruleta rusa: El
Alzheimer.
Esta demencia, grave, injusta y degradante, obliga a preguntamos si
de verdad no podemos hacer algo para prevenirla. Pero al haber una
arraigada percepción de que su aparición no depende de nosotros mismos,
se convierte en una pregunta molesta y políticamente incorrecta,
soliéndose mirar hacia otro lado para no tener que responderla. Pero,
por su importancia y, por dignidad humana, estamos obligados a buscar
respuestas más allá de posturas cómodas o de discursos oficiales.
El problema parte, como en muchas otras enfermedades importantes de
nuestro tiempo, en que no se conocen sus causas. Se barajan diversas
teorías explicativas, víricas, tóxicas (aluminio), genéticas…, pero ya
se le reconoce un carácter multifactorial en su etiología, en la que
interaccionan distintos factores de carácter endógeno y exógeno. La
principal consecuencia de ello es que, al no conocer sus causas, es
mucho mayor la dificultad para hallar remedios. Así, el fármaco capaz
de prevenir, modificar o curar el Alzheimer se hará esperar aún bastante
tiempo.
Estas dificultades otorgan mayor importancia al diagnóstico precoz,
en el que se han conseguido avances significativos, como medio que
permite aplicar cuanto antes los distintos tratamientos existentes y
ayudar a retrasar la progresión de la enfermedad y/o aliviar o reducir
ciertos síntomas, aunque sea de forma paliativa. Si se detectan
problemas de memoria, de desorientación o incongruencias en un
familiar o en la propia persona, vale mucho la pena acudir al
especialista para descartar la enfermedad o para empezar a tomar medidas
de apoyo. En este contexto son muy positivos los tratamientos
neuropsicológicos y actividades realizadas en talleres con participación
colectiva, que estimulan el apoyo cognoscitivo y las sinapsis
nerviosas, pues el cerebro es un órgano con una gran plasticidad, de
forma que cuanto más lo utilicemos más lo reforzamos, favoreciendo una
mayor supervivencia de las neuronas y terminaciones nerviosas.
Por el contrario, su falta de estímulo favorece o acentúa el
deterioro cognitivo. Los ejercicios mentales retrasan su
aparición, mientras que una vez instalada la enfermedad, las terapias de
psicoestimulación consiguen retrasar el paso entre los
diversos estadios de gravedad de la enfermedad. Asimismo, se ha
comprobado que un mayor nivel educativo y los estímulos sensoriales de
una vida social activa favorecen una menor frecuencia del Alzheimer en
la población. No debemos confundir, sin embargo, la detección precoz,
importantísima, con lo que verdaderamente es la prevención,
especialmente la prevención primaria, es decir, la realización de
acciones encaminadas a reducir o eliminar los factores que pueden causar la enfermedad, antes de que ésta aparezca.
Técnicamente, el Alzheimer es una amiloidosis. Pertenece a un grupo
de enfermedades de causa desconocida que se caracterizan por el depósito
de un material denominado amiloide en los espacios extracelulares de
diversos órganos y tejidos. En el caso del Alzheimer se producen
lesiones neuropatológicas que se manifiestan como depósitos proteínicos
localizados preferentemente en el hipocampo y en las áreas
parietotemporales de la corteza cerebral que, lentamente, van
produciendo una pérdida fatal de las funciones mentales.
Se ha observado que los desencadenantes del desprendimiento del
amiloide de la membrana celular pueden ser producidos mayormente por un
sistema inmunitario alterado, infecciones víricas o
trastornos circulatorios en el cerebro. Este amiloide aparece en el
cerebro de los enfermos de Alzheimer cuando las membranas celulares han
perdido su estabilidad y se han ido destruyendo las sinapsis o zonas de
contacto entre las células nerviosas. Las membranas de las células
nerviosas constituyen un impedimento para las proteasas, que fragmentan
en pequeñas partículas los materiales albuminosos de donde salen
los amiloides y, por ello, cuando la membrana pierde su estabilidad
aparece amiloide en el cerebro.
En la Cumbre Mundial de la ONU celebrada en Nueva York en 2011 para
impulsar la prevención de las enfermedades no contagiosas, se corroboró
que la mayoría de enfermedades crónicas y degenerativas son evitables (o
prevenibles) mediante la adopción de hábitos saludables,
especialmente con una dieta equilibrada y la realización de ejercicio
físico de manera regular y, según estudios epidemiológicos realizados en
todo el mundo, la proporción de personas mayores afectadas por
Alzheimer ha aumentado más fuertemente en países de ingresos bajos y
medios. No se explica la causa de ello y, aunque inicialmente se puede
relacionar con el nivel sanitario del país, no resulta difícil hacerlo
también con la calidad de la dieta alimenticia. La hipótesis sería: ¿a
menor disponibilidad económica peor alimentación y más Alzheimer? Parece
factible. Pero, ¿cuál sería esta “peor alimentación”? ¿“Comida
basura”, exceso de grasas saturadas o hidrogenadas, productos
industriales elaborados con ingredientes de baja calidad, exceso
de conservantes y contaminantes, baja ingesta de alimentos ricos en
Omega-3 como el pescado azul, mayor consumo de cereales refinados,
azúcares y productos edulcorados, favoreciendo el sobrepeso y la
obesidad, trastornos cardiovasculares o diabetes de tipo 2, que pueden
aumentar las posibilidades de sufrir Alzheimer o empeorarlo?
Se ha comprobado en distintos estudios, que las probabilidades de
padecer Alzheimer aumentan en más del 50%, cuando se tienen niveles de
colesterol muy por encima de 200 mg/dl de forma sostenida en el tiempo.
Asimismo, en la Universidad de Pittsburg se demostró que la
hipertensión arterial reduce el riego sanguíneo cerebral, aumentando la
vulnerabilidad del cerebro a los efectos de la enfermedad,
sugiriendo estos resultados, que la hipertensión contribuye a su
desarrollo. En este contexto, es sabido que el tabaco es un factor
de riesgo, de igual modo que lo es el sedentarismo. En una investigación
francesa realizada con más de 8.000 personas se pudo comprobar que el
consumo diario de frutas y verduras estaba asociado a la disminución del
riesgo de toda causa de demencia en personas genéticamente
predispuestas.
Ello muestra la importancia del consumo regular y suficiente de
antioxidantes en la dieta, en forma de frutas y verduras, capaces de
neutralizar los radicales libres que promueven el estrés oxidativo
proveniente de contaminantes externos o de una alimentación inadecuada y
que destruyen las membranas de las células nerviosas. El tejido
cerebral es especialmente sensible a los radicales libres debido a su
alto consumo de oxígeno, abundante contenido de lípidos y relativa
escasez de enzimas antioxidantes en comparación con otros tejidos, de
forma que las neuronas van acumulando el daño oxidativo. Por eso es tan
importante que la alimentación sea rica en antioxidantes, carótenos,
vitamina B, C, D y E, muy especialmente esta última, que ha demostrado
en diversas investigaciones que retrasa el progreso de la enfermedad.
Su utilización en forma de complementos nutricionales no puede
desdeñarse. Dentro de este ámbito podemos fijarnos, por ejemplo, en la
carnosina, un dipéptido que se halla en el tejido muscular y
esquelético, así como en las neuronas cerebrales, cuya tasa se va
perdiendo gradualmente en el transcurso de nuestro ciclo vital, por
lo que su ingesta en forma de complemento puede mejorar y alargar la
salud de estos tejidos, según se ha observado en
diversas investigaciones científicas. Tiene también propiedades
antioxidantes y disminuye la glicolisación producida por el exceso de
azúcar en la sangre, protegiendo así a las proteínas de la degradación
que causa dicho azúcar y a los capilares cerebrales.
También puede resultar muy útil y beneficioso el Ginkgo Biloba para
mejorar la circulación cerebral, el cual, además de otras propiedades,
es antioxidante. En el estudio francés antes mencionado, se comprobó
también que el consumo semanal de pescado se asociaba a la reducción del
riesgo de padecer Alzheimer, observándose que el uso habitual
de aceites ricos en Omega-3 revelaba una sensible disminución del riesgo
de padecer demencias, mientras que el consumo habitual de aceites ricos
en Omega-6, las aumentaba claramente. En este sentido debemos recordar
que la Asociación de Psiquiatría Americana (APA), recomendó en el año
2006, la ingesta diaria Omega-3 como prevención y complemento en el
tratamiento de trastornos mentales y emocionales.
Los ácidos grasos poliinsaturados Omega-6 se encuentran en exceso en
la dieta occidental, mientras que a su vez hay carencia de Omega-3. Ello
produce un perjudicial desequilibrio a favor de los Omega-6 de tal
forma que se ingieren 10, 15, 20 0 25 veces más cantidad de éstos que de
Omega-3, cuando como máximo se debería ingerir solamente 3 veces
más del primero. Este exceso provoca que el organismo tenga demasiado
ácido araquidónico (Omega-6) y, que de él se derive la producción
excesiva de citoquinas e interleuquinas favorecedoras de
procesos inflamatorios crónicos, enfermedades autoinmunes y
degenerativas. Debe reducirse, por lo tanto, la ingesta de Omega-6, que
se hallan mayormente en el aceite y semillas de cártamo, girasol, maíz,
sésamo, cacahuete, en productos elaborados que llevan estas grasas más
baratas como ingredientes, así como en algunas carnes de animales
alimentados intensivamente.
Tomar mayor cantidad de Omega-3 contribuye también a reducir esta
diferencia, Los Omega-3 se hallan especialmente en el pescado azul, tipo
arenque o sardina, salmón, caballa, en las nueces, semillas de soja, de
colza o de lino, existiendo la opción adicional, rápida y cómoda, de
tomar complementos de Omega-3 de alta pureza. Aunque en el Alzheimer no
se observa una inflamación clara y directa en la anatomía patológica, sí
hay evidencias de una inflamación más sutil en las placas
seniles, habiéndose observado en estudios epidemiológicos evidencias de
influencias inflamatorias al haberse constatado que existe una menor
prevalencia de Alzheimer en pacientes con ingesta habitual
de antiinflamatorios debido a la presencia de enfermedades reumáticas.
Además, los enfermos de Alzheimer tienen una mayor propensión a
desarrollar tumores, signo que alerta de que puede coexistir un
cierto nivel de inflamación general. De ahí la conveniencia de ingerir
mayor cantidad de Omega-3, con propiedades antiinflamatorias, sin
olvidar que está también indicado para la prevención y el cuidado
cardiocirculatorio, siendo beneficioso en casos de colesterol e
hipertensión. En una investigación que duró casi cuatro años, realizada
en Chicago y publicada en 2003, se observó que los participantes que
consumían pescado una o más veces por semana tenían un 60% menos de
riesgo de sufrir la enfermedad, en relación con aquellos que nunca o
raramente comían pescado. Comprobaron que el ácido graso Omega-3 que
tenía mayor importancia en ello era el DHA. Es conveniente matizar que
también interesa ingerir una cierta cantidad de EPA, otro Omega-3, pues
es vital para una buena permeabilidad de la membrana celular, combatir
el estrés, así como para el equilibrio emocional de la persona,
especialmente para contrarrestar la posible depresión del propio
enfermo.
En el año 2008 se publicó, en The Journal of the Alzheimer’s
Association, una investigación que verificó que mediante la ingesta oral
de DHA se conseguía promover la síntesis de nuevas sinapsis cerebrales
que compensaban la característica pérdida sináptica de los enfermos de
Alzheimer. Realizar ejercicio físico regularmente facilita una mejor
oxigenación cerebral, fortalece y mejora el sistema
cardiocirculatorio, ayuda a eliminar sustancias de desecho y tóxicas a
través de la sudoración, combate trastornos metabólicos como
el colesterol, el azúcar, el sobrepeso y la obesidad, y fortalece al
organismo en su conjunto, especialmente el sistema
inmunológico, permitiendo una mejor defensa ante posibles infecciones y
enfermedades. Si consideramos que la mayor parte de enfermedades son
procesos defensivos del organismo ante factores que alteran su
equilibrio, en su mayoría hábitos antinaturales que, de mantenerlos
durante años, provocan reacciones inflamatorias crónicas del organismo,
pudiendo desembocar en afecciones autoinmunes o degenerativas.
Y si sabemos cuáles son los principales factores de riesgo, prevenir
el Alzheimer de forma natural no solo es posible, sino una obligación
que debemos asumir.
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