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5 jun 2017
Prevenir el Alzheimer de forma natural.
Texto: José María Guillén Llado
El número de afectados por Alzheimer está aumentando imparablemente. Las previsiones sobre esta terrible enfermedad aseguran que se duplicará en los próximos veinte años, hasta llegar a la cifra de más de 67 millones de personas en todo el mundo. Actualmente, supone el 50% de las personas afectadas por la ley de Dependencia en nuestro país. Sin embargo, a pesar de la tremenda importancia y dramatismo de esta realidad, conocida por las personas que están directa o indirectamente afectadas o relacionadas con ella, familiares y profesionales, es sistemáticamente ignorada por el resto, de forma que suelen acordarse de ella solamente cuando se celebra el día mundial del Alzheimer… Y poco más… debido, precisamente a una perspectiva alienante de los problemas y a la creencia muy humana, de que a nosotros no nos va a pasar. Sin embargo, las evidencias aseguran que todos participamos, sin querer, en esta especie de ruleta rusa: El Alzheimer.
Esta demencia, grave, injusta y degradante, obliga a preguntamos si de verdad no podemos hacer algo para prevenirla. Pero al haber una arraigada percepción de que su aparición no depende de nosotros mismos, se convierte en una pregunta molesta y políticamente incorrecta, soliéndose mirar hacia otro lado para no tener que responderla. Pero, por su importancia y, por dignidad humana, estamos obligados a buscar respuestas más allá de posturas cómodas o de discursos oficiales.
El problema parte, como en muchas otras enfermedades importantes de nuestro tiempo, en que no se conocen sus causas. Se barajan diversas teorías explicativas, víricas, tóxicas (aluminio), genéticas…, pero ya se le reconoce un carácter multifactorial en su etiología, en la que interaccionan distintos factores de carácter endógeno y exógeno. La principal consecuencia de ello es que, al no conocer sus causas, es mucho mayor la dificultad para hallar remedios. Así, el fármaco capaz de prevenir, modificar o curar el Alzheimer se hará esperar aún bastante tiempo.
Estas dificultades otorgan mayor importancia al diagnóstico precoz, en el que se han conseguido avances significativos, como medio que permite aplicar cuanto antes los distintos tratamientos existentes y ayudar a retrasar la progresión de la enfermedad y/o aliviar o reducir ciertos síntomas, aunque sea de forma paliativa. Si se detectan problemas de memoria, de desorientación o incongruencias en un familiar o en la propia persona, vale mucho la pena acudir al especialista para descartar la enfermedad o para empezar a tomar medidas de apoyo. En este contexto son muy positivos los tratamientos neuropsicológicos y actividades realizadas en talleres con participación colectiva, que estimulan el apoyo cognoscitivo y las sinapsis nerviosas, pues el cerebro es un órgano con una gran plasticidad, de forma que cuanto más lo utilicemos más lo reforzamos, favoreciendo una mayor supervivencia de las neuronas y terminaciones nerviosas.
Por el contrario, su falta de estímulo favorece o acentúa el deterioro cognitivo. Los ejercicios mentales retrasan su aparición, mientras que una vez instalada la enfermedad, las terapias de psicoestimulación consiguen retrasar el paso entre los diversos estadios de gravedad de la enfermedad. Asimismo, se ha comprobado que un mayor nivel educativo y los estímulos sensoriales de una vida social activa favorecen una menor frecuencia del Alzheimer en la población. No debemos confundir, sin embargo, la detección precoz, importantísima, con lo que verdaderamente es la prevención, especialmente la prevención primaria, es decir, la realización de
acciones encaminadas a reducir o eliminar los factores que pueden causar la enfermedad, antes de que ésta aparezca.
Técnicamente, el Alzheimer es una amiloidosis. Pertenece a un grupo de enfermedades de causa desconocida que se caracterizan por el depósito de un material denominado amiloide en los espacios extracelulares de diversos órganos y tejidos. En el caso del Alzheimer se producen lesiones neuropatológicas que se manifiestan como depósitos proteínicos localizados preferentemente en el hipocampo y en las áreas parietotemporales de la corteza cerebral que, lentamente, van produciendo una pérdida fatal de las funciones mentales.
Se ha observado que los desencadenantes del desprendimiento del amiloide de la membrana celular pueden ser producidos mayormente por un sistema inmunitario alterado, infecciones víricas o trastornos circulatorios en el cerebro. Este amiloide aparece en el cerebro de los enfermos de Alzheimer cuando las membranas celulares han perdido su estabilidad y se han ido destruyendo las sinapsis o zonas de contacto entre las células nerviosas. Las membranas de las células nerviosas constituyen un impedimento para las proteasas, que fragmentan en pequeñas partículas los materiales albuminosos de donde salen los amiloides y, por ello, cuando la membrana pierde su estabilidad aparece amiloide en el cerebro.
En la Cumbre Mundial de la ONU celebrada en Nueva York en 2011 para impulsar la prevención de las enfermedades no contagiosas, se corroboró que la mayoría de enfermedades crónicas y degenerativas son evitables (o prevenibles) mediante la adopción de hábitos saludables, especialmente con una dieta equilibrada y la realización de ejercicio físico de manera regular y, según estudios epidemiológicos realizados en todo el mundo, la proporción de personas mayores afectadas por Alzheimer ha aumentado más fuertemente en países de ingresos bajos y medios. No se explica la causa de ello y, aunque inicialmente se puede relacionar con el nivel sanitario del país, no resulta difícil hacerlo también con la calidad de la dieta alimenticia. La hipótesis sería: ¿a menor disponibilidad económica peor alimentación y más Alzheimer? Parece factible. Pero, ¿cuál sería esta “peor alimentación”? ¿“Comida basura”, exceso de grasas saturadas o hidrogenadas, productos industriales elaborados con ingredientes de baja calidad, exceso de conservantes y contaminantes, baja ingesta de alimentos ricos en Omega-3 como el pescado azul, mayor consumo de cereales refinados, azúcares y productos edulcorados, favoreciendo el sobrepeso y la obesidad, trastornos cardiovasculares o diabetes de tipo 2, que pueden aumentar las posibilidades de sufrir Alzheimer o empeorarlo?
Se ha comprobado en distintos estudios, que las probabilidades de padecer Alzheimer aumentan en más del 50%, cuando se tienen niveles de colesterol muy por encima de 200 mg/dl de forma sostenida en el tiempo. Asimismo, en la Universidad de Pittsburg se demostró que la hipertensión arterial reduce el riego sanguíneo cerebral, aumentando la vulnerabilidad del cerebro a los efectos de la enfermedad, sugiriendo estos resultados, que la hipertensión contribuye a su desarrollo. En este contexto, es sabido que el tabaco es un factor de riesgo, de igual modo que lo es el sedentarismo. En una investigación francesa realizada con más de 8.000 personas se pudo comprobar que el consumo diario de frutas y verduras estaba asociado a la disminución del riesgo de toda causa de demencia en personas genéticamente predispuestas.
Ello muestra la importancia del consumo regular y suficiente de antioxidantes en la dieta, en forma de frutas y verduras, capaces de neutralizar los radicales libres que promueven el estrés oxidativo proveniente de contaminantes externos o de una alimentación inadecuada y que destruyen las membranas de las células nerviosas. El tejido cerebral es especialmente sensible a los radicales libres debido a su alto consumo de oxígeno, abundante contenido de lípidos y relativa escasez de enzimas antioxidantes en comparación con otros tejidos, de forma que las neuronas van acumulando el daño oxidativo. Por eso es tan importante que la alimentación sea rica en antioxidantes, carótenos, vitamina B, C, D y E, muy especialmente esta última, que ha demostrado en diversas investigaciones que retrasa el progreso de la enfermedad.
Su utilización en forma de complementos nutricionales no puede desdeñarse. Dentro de este ámbito podemos fijarnos, por ejemplo, en la carnosina, un dipéptido que se halla en el tejido muscular y esquelético, así como en las neuronas cerebrales, cuya tasa se va perdiendo gradualmente en el transcurso de nuestro ciclo vital, por lo que su ingesta en forma de complemento puede mejorar y alargar la salud de estos tejidos, según se ha observado en diversas investigaciones científicas. Tiene también propiedades antioxidantes y disminuye la glicolisación producida por el exceso de azúcar en la sangre, protegiendo así a las proteínas de la degradación que causa dicho azúcar y a los capilares cerebrales.
También puede resultar muy útil y beneficioso el Ginkgo Biloba para mejorar la circulación cerebral, el cual, además de otras propiedades, es antioxidante. En el estudio francés antes mencionado, se comprobó también que el consumo semanal de pescado se asociaba a la reducción del riesgo de padecer Alzheimer, observándose que el uso habitual de aceites ricos en Omega-3 revelaba una sensible disminución del riesgo de padecer demencias, mientras que el consumo habitual de aceites ricos en Omega-6, las aumentaba claramente. En este sentido debemos recordar que la Asociación de Psiquiatría Americana (APA), recomendó en el año 2006, la ingesta diaria Omega-3 como prevención y complemento en el tratamiento de trastornos mentales y emocionales.
Los ácidos grasos poliinsaturados Omega-6 se encuentran en exceso en la dieta occidental, mientras que a su vez hay carencia de Omega-3. Ello produce un perjudicial desequilibrio a favor de los Omega-6 de tal forma que se ingieren 10, 15, 20 0 25 veces más cantidad de éstos que de Omega-3, cuando como máximo se debería ingerir solamente 3 veces más del primero. Este exceso provoca que el organismo tenga demasiado ácido araquidónico (Omega-6) y, que de él se derive la producción excesiva de citoquinas e interleuquinas favorecedoras de procesos inflamatorios crónicos, enfermedades autoinmunes y degenerativas. Debe reducirse, por lo tanto, la ingesta de Omega-6, que se hallan mayormente en el aceite y semillas de cártamo, girasol, maíz, sésamo, cacahuete, en productos elaborados que llevan estas grasas más baratas como ingredientes, así como en algunas carnes de animales alimentados intensivamente.
Tomar mayor cantidad de Omega-3 contribuye también a reducir esta diferencia, Los Omega-3 se hallan especialmente en el pescado azul, tipo arenque o sardina, salmón, caballa, en las nueces, semillas de soja, de colza o de lino, existiendo la opción adicional, rápida y cómoda, de tomar complementos de Omega-3 de alta pureza. Aunque en el Alzheimer no se observa una inflamación clara y directa en la anatomía patológica, sí hay evidencias de una inflamación más sutil en las placas seniles, habiéndose observado en estudios epidemiológicos evidencias de influencias inflamatorias al haberse constatado que existe una menor prevalencia de Alzheimer en pacientes con ingesta habitual de antiinflamatorios debido a la presencia de enfermedades reumáticas.
Además, los enfermos de Alzheimer tienen una mayor propensión a desarrollar tumores, signo que alerta de que puede coexistir un cierto nivel de inflamación general. De ahí la conveniencia de ingerir mayor cantidad de Omega-3, con propiedades antiinflamatorias, sin olvidar que está también indicado para la prevención y el cuidado cardiocirculatorio, siendo beneficioso en casos de colesterol e hipertensión. En una investigación que duró casi cuatro años, realizada en Chicago y publicada en 2003, se observó que los participantes que consumían pescado una o más veces por semana tenían un 60% menos de riesgo de sufrir la enfermedad, en relación con aquellos que nunca o raramente comían pescado. Comprobaron que el ácido graso Omega-3 que tenía mayor importancia en ello era el DHA. Es conveniente matizar que también interesa ingerir una cierta cantidad de EPA, otro Omega-3, pues es vital para una buena permeabilidad de la membrana celular, combatir el estrés, así como para el equilibrio emocional de la persona, especialmente para contrarrestar la posible depresión del propio enfermo.
En el año 2008 se publicó, en The Journal of the Alzheimer’s Association, una investigación que verificó que mediante la ingesta oral de DHA se conseguía promover la síntesis de nuevas sinapsis cerebrales que compensaban la característica pérdida sináptica de los enfermos de Alzheimer. Realizar ejercicio físico regularmente facilita una mejor oxigenación cerebral, fortalece y mejora el sistema cardiocirculatorio, ayuda a eliminar sustancias de desecho y tóxicas a través de la sudoración, combate trastornos metabólicos como el colesterol, el azúcar, el sobrepeso y la obesidad, y fortalece al organismo en su conjunto, especialmente el sistema inmunológico, permitiendo una mejor defensa ante posibles infecciones y enfermedades. Si consideramos que la mayor parte de enfermedades son procesos defensivos del organismo ante factores que alteran su equilibrio, en su mayoría hábitos antinaturales que, de mantenerlos durante años, provocan reacciones inflamatorias crónicas del organismo, pudiendo desembocar en afecciones autoinmunes o degenerativas.
Y si sabemos cuáles son los principales factores de riesgo, prevenir el Alzheimer de forma natural no solo es posible, sino una obligación que debemos asumir.
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