¿Estamos expulsando el talento creativo fuera de nuestras fronteras?
Esta
primavera tuve la oportunidad de trabajar en Brooklyn (Nueva York) y
comprobar de primera mano cómo se trabaja allí. Con todo lo bueno y todo
lo malo. Por eso, hoy quiero traeros la historia que compartió David Navarro para Tribus Ocultas. Se trata de la historia de Inés,
una española nacida en el barrio madrileño de Moratalaz que ejemplifica
mejor que nadie la explosión de sensaciones que yo también sentí.
Ella fue una valiente porque se marchó no en plena crisis económica, sino en el año 1992, cuando Barcelona inauguraba sus juegos olímpicos y Sevilla nos presentaba el futuro con la Exposición Universal. Desde entonces, han pasado muchos años y una historia de vida que le ha llevado a renegar de su propio país. Os contamos el porqué.
Inés
tomó un avión con destino a Nueva York y una maleta cargada de sueños.
Una carpeta de ilustraciones y un nivel de inglés básico aprendido en el
instituto. A pesar de que no había concluido sus estudios de Bellas
Artes en la Universidad Complutense, ya tenía claro dónde estaba su futuro: Manhattan.
Y
es que, aunque pensemos que, actualmente, por distintos motivos, España
no lidera las competencias creativas, esto no es algo nuevo, ya sucedía
en los años 90. Inés veía cómo aquellos que consideraba
ilustradores brillantes sobrevivían trabajando de mensajeros, camareros o
en atención telefónica. Ya desde entonces, los oficios creativos se consideraban una afición y en muy pocos casos, una profesión. Estaba la élite creativa, a la que se les encargaban todos los trabajos y a los que se les pagaba generosamente una vez se entraba en el círculo selecto y, luego, estaba el resto. La amplia mayoría. La casi totalidad.
La gran mayoría de creativos son despreciados y ninguneados en puestos de becarios y en concursos públicos.
No era muy común que alguien que provenía de un barrio obrero de Madrid emprendiera un viaje como este, pero Inés trabajó duro durante el último año de carrera,
compaginando empleos a tiempo parcial con sus estudios, para costearse
su billete de avión y un par de meses de alojamiento. Con la mente
puesta en su futuro y no en su título, no consiguió aprobar todas las
asignaturas, pero sí logró ahorrar el dinero que necesitaba.
Una vez en Nueva York, los primeros meses fueron caóticos. Como no existía internet, apenas tenía comunicación con sus amigos y familia en España. Todo era muy caro y estaba mucho menos “latinizado”. Su primer trabajo fue en la cocina de un restaurante; mientras, en sus ratos libres presentaba sus ilustraciones a pequeñas publicaciones.
Poco a poco, consiguió vivir solo como ilustradora freelance. Tres años tardó en llegar a ese punto y tuvo que recorrer un camino muy duro: temporadas sin dinero para comer y con un pésimo nivel de inglés.
Inés reconoce que sin el apoyo de los españoles inmigrantes en Nueva York no hubiera conseguido sobrevivir allí.
Su primer trabajo vino de la mano de un español, un editor gráfico de
la empresa LIFE. Poder trabajar a su lado le dio mucha experiencia y
visión sobre cómo funcionan las cosas en en el mundo editorial americano. Después de más de 22 años en la gran manzana, no sabría decir a cuántos españoles ha ayudado y cuántos le han ayudado. La solidaridad y la cooperación es esencial allí.
Después de pasar por varios trabajos, Inés llegó a tener un puesto de responsabilidad dentro de un importante grupo editorial norteamericano.
Nueva York se lo ha dado todo, conoce la ciudad como la palma de su mano y ya no siente ningún tipo de barrera idiomática.
Pero lo más interesante de su historia empieza aquí: cuando, después de 22 años y en la cumbre de su carrera, decidió volver a Madrid.
La razón de regresar fue la familia: su madre enfermó y decidió poder disfrutar y apoyarla en los últimos años de su vida. La decisión también motivó la idea de darle a sus hijos una visión española y europea del mundo. Pero, aunque había visto cómo España se modernizaba poco a poco, en cuanto tocó tierra se dio cuenta de que había sido demasiado optimista y que su espíritu emprendedor era despreciado en este país.
La
intención de Inés era poner en marcha todos los conocimientos que había
desarrollado en EE.UU., sobre todo la forma de relacionarse en el
entorno laboral. Para ella era impensable no leer un email aunque no conociera de nada al emisor: eso formaba parte de sus obligaciones como profesional al otro lado del charco. En España, todo era al revés.
Comprobó en persona que si acudes a cualquier empresa pidiendo una cita te van a decir que hoy no está la persona que buscas, si llamas por teléfono se cortará la llamada, y si envías un email casi nunca será contestado.
Con 46 años, siendo mujer y sin conocer a nadie de su sector, le cerraron todas las puertas y tuvo que subsistir dos años con sus ahorros. Un eterno “vuelva usted mañana” en cada puerta que tocaba. Tras muchos intentos, Inés ha vuelto a trabajar para su empresa norteamericana, pero esta vez a distancia. Lamentablemente, si algo tiene claro es que, cuando su hijo pequeño termine el instituto, regresará a EE.UU. para poder seguir desarrollándose profesionalmente.
La historia de Inés es solo una de tantas, pero nos sirve para abrir un debate muy interesante y relevante: ¿estamos despreciando el talento en España?
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