Los genes:
recuerdos del entorno del pasado
El cuerpo es una fábrica productora de
proteínas. Las células musculares generan proteínas musculares llamadas actina
y miosina, las células de la piel crean células epidérmicas llamadas colágeno y
elastina, y las células estomacales producen proteínas estomacales llamadas
enzimas.
La mayoría de las células del cuerpo
producen proteínas y los genes son lo que utilizan para crearlas. Expresamos
unos determinados genes a través de células que producen unas proteínas en
particular.
La mayor parte de organismos se adaptan
a las condiciones ambientales por medio de cambios genéticos graduales. Por
ejemplo, cuando un organismo se enfrenta a unas condiciones ambientales muy
duras, como temperaturas extremas, depredadores peligrosos, presas rápidas,
vientos destructores, corrientes fuertes u otros factores, se ve obligado a
superar los aspectos adversos de su mundo para sobrevivir.
Como los organismos almacenan todas
estas experiencias en los circuitos del cerebro y en las emociones de su
cuerpo, van cambiando con el paso del tiempo.
Si los leones intentan cazar presas
demasiado rápidas, al tener las mismas experiencias durante generaciones,
desarrollan unas patas más largas, unos dientes más afilados o un corazón más
grande.
Todos estos cambios son producto de los genes
fabricando proteínas que modifican el cuerpo para que se adapte al entorno.
Numerosas especies de insectos han
evolucionado adquiriendo la habilidad del camuflaje. Algunos de los que viven
en los árboles y las plantas se han adaptado adquiriendo el aspecto de ramitas
o pinchos para que los pájaros no los detecten.
El camaleón es probablemente el
«camuflador» más conocido y su capacidad de cambiar de color procede de la
expresión genética de las proteínas. En estos procesos, los genes almacenan las
condiciones del mundo exterior.
La epigenética sugiere que indicamos a los genes que
reescriban nuestro futuro....
Recientes investigaciones genéticas
revelan que distintos genes se activan en distintos momentos, que siempre están
cambiando y siendo influidos.
Existen genes dependientes de las
experiencias que se activan cuando se da
el crecimiento, la curación o el aprendizaje, y genes dependientes de estados
conductuales que son influidos durante el estrés, la estimulación emocional o
el sueño.
Uno de los campos más investigados en
la actualidad es la epigenética (significa
literalmente «por encima de la genética»), el estudio de cómo el entorno
controla la actividad genética.
La epigenética contradice el modelo genético
tradicional que afirmaba que el ADN controla toda la vida y que la expresión
genética tiene lugar dentro de la célula.
Este antiguo conocimiento nos condenaba
a un futuro predecible en el que nuestro destino estaba condicionado por la
herencia genética y la vida celular estaba predeterminada.
En realidad, los cambios epigenéticos
en la expresión del ADN se transmiten a las generaciones futuras.
Pero ¿cómo se transmiten si el código del ADN
sigue siendo el mismo?
La epigenética nos permite pensar en el
cambio con más profundidad.
El cambio de paradigma epigenético nos
da la libertad de activar la actividad genética y cambiar nuestro destino
genético.
Sólo por el mero hecho de cambiar
nuestros pensamientos, sentimientos, reacciones emocionales y conductas
eligiendo, por ejemplo, un estilo de vida más sano en cuanto a la nutrición y
al nivel de estrés, ya les estamos
enviando a las células nuevas señales, y éstas expresan entonces nuevas
proteínas sin cambiar el plano genético.
Aunque nuestro código del ADN siga
siendo el mismo, en cuanto se activa una célula de una nueva forma al disponer
de una nueva información, la célula puede crear miles de variaciones del mismo
gen.
Podemos indicarles a nuestros genes que
reescriban nuestro futuro.
Al igual que algunas regiones del
cerebro no cambian y otras por el contrario tienen mayor plasticidad (son
susceptibles a los cambios por medio del aprendizaje y las experiencias), a los
genes les pasa lo mismo.
En nuestra genética hay partes que
cambian con más facilidad y otras que apenas lo hacen, lo cual significa que
cuestan más de activar porque hace más tiempo que existen en nuestra historia
genética. Al menos esto es lo que la ciencia afirma en la actualidad.
¿Por qué se
activan unos genes en particular y otros no?
Si vivimos siempre en el mismo estado
tóxico de ira, en el mismo estado melancólico de depresión, en el mismo estado
vigilante de ansiedad o en el mismo estado desmoralizador de baja autoestima,
estas señales químicas repetitivas de las que he hablado presionan los mismos
botones genéticos que acaban activando ciertas enfermedades.
Las emociones estresantes, activan unos
genes en concreto, desregularizando las células (desregularizar se refiere a
alterar un mecanismo regulador fisiológico) y creando enfermedades.
Cuando pensamos y sentimos de la misma
manera la mayor parte de nuestra vida y memorizamos estos estados, nuestro
estado químico interior sigue activando los mismos genes, con lo que
continuamos fabricando las mismas proteínas.
Pero el cuerpo no puede adaptarse a
estas repetidas demandas y empieza a fallar. Si lo hacemos durante diez o
veinte años, los genes comienzan a desgastarse y fabrican proteínas «de mala
calidad».¿Qué significa esto?
Piensa en lo que sucede cuando
envejecemos. La piel se vuelve fofa porque el colágeno y la elastina están
hechos con proteínas de mala calidad.
¿Qué les
ocurre a los músculos?
Se atrofian. Aunque es lógico que
suceda, porque la actina y la miosina también son proteínas.
Emplearé una analogía para que lo
entiendas mejor. Las partes metálicas de tu coche se fabrican con una matriz o
un molde.
Cada vez que la matriz o el molde se
utilizan, son sometidos a unas fuerzas, como el calor y la fricción, que acaban
desgastándolos.
Las partes de un coche se construyen
con tolerancias que dejan muy poco margen (la variación permitida en las
dimensiones de una pieza).
Con el tiempo, esa matriz o ese molde
se desgastan hasta el punto de producir partes que no encajan bien con otras.
Al cuerpo le ocurre algo parecido.
Debido al estrés o al hábito de estar siempre enojados, asustados, tristes o en
otro estado emocional, el ADN y los péptidos utilizados para producir proteínas
empezarán a funcionar mal.
El entorno exterior les envía
químicamente señales a los genes a través de las emociones de una experiencia.
Y si las experiencias de tu vida no cambian, las señales químicas que les
envías a los genes tampoco lo hacen. Tus células no reciben ninguna información
nueva del mundo exterior.
El modelo cuántico afirma que emocionalmente podemos
enviarle señales al cuerpo y alterar una cadena de acontecimientos genéticos
sin necesidad de vivir físicamente la experiencia relacionada con esta emoción.
No es necesario ganar una carrera, que
nos toque la lotería o que nos asciendan para sentir las emociones producidas
por estos acontecimientos.
Puedes crear una emoción sólo con el
pensamiento.
Puedes sentirte feliz o agradecido
hasta tal punto que el cuerpo empieza a creer que está «viviendo» esa situación
en la vida real.
Por esta razón, podemos indicar a
nuestros genes que fabriquen nuevas proteínas para que nuestro cuerpo cambie
antes de que la situación deseada se materialice.
Nuestras emociones pueden activar unas
secuencias genéticas en particular y desactivar otras (ejemplo: se hizo un experimento con diabéticos
insulinodependientes, se dividió en dos grupos, a un grupo se les mostro una película de risa y al otro grupo de
experimento, se les mostro una
conferencia aburrida, y se les midió luego y se vio que los valores de insulina
variaron notablemente en los que se rieron..)
Al enviarle señales al cuerpo con una
nueva emoción, los sujetos que se rieron alteraron su química interior para
cambiar la expresión de sus genes.
A veces se da un cambio repentino y
espectacular en la expresión genética: ¿Has oído hablar de personas a las que
el cabello se les vuelve blanco de la noche a la mañana tras vivir unas
condiciones de lo más estresantes?
Es un ejemplo de genes actuando.
Tuvieron una reacción emocional tan
fuerte que la química alterada de su cuerpo activó los genes encargados de la
expresión del pelo blanco y desactivó los de la expresión del color normal en
cuestión de horas. Enviaron unas señales a nuevos genes de nuevas formas al
alterar, primero emocionalmente y luego químicamente, su mundo interior.
¿Puedes
elegir una posibilidad del campo cuántico (ya existen todas las posibilidades
en él) y sentir emocionalmente una situación futura antes de que se
materialice? ¿Puedes hacerlo tantas veces que adiestres emocionalmente a tu
cuerpo con una nueva mente, enviando señales a nuevos genes de una nueva forma?
Si lo logras, es muy probable que
empieces a conformar y moldear tu cerebro y tu cuerpo en una nueva expresión...
para que cambien físicamente antes de que la posible realidad deseada se
manifieste.
Cambia tu
cuerpo sin mover un dedo.
Si podemos cambiar el cerebro con
nuestros pensamientos, ¿qué efectos tendrá sobre el cuerpo, si es que tiene
alguno?
Mediante el simple proceso de repetir
mentalmente una actividad, podemos obtener grandes beneficios sin mover un
dedo.
Cuando el cuerpo cambia
física/biológicamente como si la experiencia hubiera sucedido, aunque sólo la
hayamos realizado con el pensamiento o el esfuerzo mental, desde una
perspectiva cuántica demuestra que la situación ya ha ocurrido en nuestra
realidad.
Si el cerebro actualiza su
configuración como si la experiencia ya hubiera sucedido físicamente, y el
cuerpo cambia genética o biológicamente (demuestra que ya ha ocurrido), y ambos cambian sin «hacer»
nosotros nada en las tres dimensiones, en este caso significa que la situación
ha ocurrido tanto en el mundo cuántico de la conciencia como en el mundo de la
realidad física.
Cuando visualizas mentalmente una
realidad futura deseada una y otra vez hasta que el cerebro cambia físicamente
como si ya la hubiera vivido, y la sientes emocionalmente tantas veces que el
cuerpo cambia como si ya la hubiera experimentado, no te detengas... ¡porque es
cuando la situación te encuentra!- Y llega del modo más inesperado, lo cual te
demuestra que ha surgido de tu relación con una conciencia superior, y este
descubrimiento te inspira a hacerlo una y otra vez.
En el presente es donde existen simultáneamente todas
las posibilidades en el campo cuántico.
Cuando estamos presentes, vivimos «el
momento», podemos ir más allá del espacio y el tiempo, y hacer realidad
cualquiera de estas posibilidades.
Pero cuando vivimos en el pasado, no
existe ninguna de estas nuevas posibilidades.
Has aprendido que cuando los seres
humanos intentamos cambiar reaccionamos como adictos, porque nos volvemos adictos
a nuestros estados químicos habituales.
Cuando tienes una adicción es casi como si el cuerpo poseyera una mente propia.
A medida que las situaciones del pasado
provocan la misma respuesta química que la del episodio original, tu cuerpo
cree estar reviviéndolo. Y en cuanto lo adiestras con este proceso a ser la
mente subconsciente, el cuerpo es el que lleva la batuta, se convierte en la
mente y, por lo tanto, puede, en cierto sentido, “pensar”.
El cuerpo se convierte en la mente por
medio del ciclo de pensar y sentir, y sentir y pensar. Pero con los recuerdos
del pasado también ocurre lo mismo.
El proceso
es el siguiente:
Vivimos una experiencia con una carga
emocional. Después tenemos un pensamiento sobre este episodio. El pensamiento
se convierte a su vez en un recuerdo que reproduce de forma refleja la emoción de la experiencia.
Si seguimos pensando en aquel recuerdo
de manera repetida, el pensamiento, el recuerdo y la emoción acaban
fusionándose en una sola cosa y «memorizamos» la emoción.
Ahora vivir en el pasado ya es un
proceso más subconsciente que consciente.
El subconsciente se ocupa de la mayoría
de procesos físicos y mentales que tienen lugar mecánicamente. La mayor parte
de esta actividad sirve para que el cuerpo siga funcionando.
Los científicos se refieren a este
sistema regulador como el sistema nervioso autónomo. No necesitamos pensar en
respirar, en hacer que el corazón siga latiendo, en subir o bajar la
temperatura corporal ni en ninguno de los otros millones de procesos que ayudan
al cuerpo a mantener el orden y a curarse.
Es evidente
lo peligroso que puede ser ceder a este sistema automático el control de las
respuestas emocionales diarias desencadenadas por nuestros recuerdos y el
entorno.
Esta serie
subconsciente de respuestas rutinarias se han comparado de formas muy diversas
con un piloto automático y con los programas automáticos de un ordenador.
Estas
analogías intentan mostrarnos que bajo la mente consciente hay algo que
controla nuestra conducta.
Piensa en Pavlov y sus perros. En la
última década del siglo xIx un joven científico ruso ató varios perros a una
mesa, tocó una campanilla y luego les dio una sabrosa comida.
Con el tiempo, después de ser puestos
muchas veces al mismo estímulo, los perros se ponían a salivar al oír la
campanilla.
Es la llamada respuesta condicionada y
este proceso es automático.
¿Por qué? Porque el cuerpo empieza a
responder de manera autónoma (se encarga el sistema nervioso autónomo).
La cascada de reacciones químicas desencadenadas en cuestión
de milisegundos cambia el cuerpo fisiológicamente, y ello ocurre a nivel
subconsciente sin que apenas nos demos cuenta o de manera automática.
Es una de las razones por las que nos
cuesta tanto cambiar.
Aunque
creamos vivir en el presente, el cuerpo-mente subconsciente está
viviendo en el pasado. Si esperamos que
suceda en el futuro una situación previsible basándonos en un recuerdo del
pasado, estamos viviendo como esos
canes.
Una experiencia vivida con alguien o
algo en particular en un determinado momento y lugar nos hace responder
fisiológicamente de manera automática (o autónoma).
En cuanto abandonamos las adicciones
emocionales procedentes del pasado, ya no habrá nada que active los programas
automáticos del antiguo yo.
Por
desgracia, para la mayoría de las personas, como el cerebro funciona mediante
la repetición y la asociación de ideas, no es necesario vivir un gran trauma
para que el cuerpo se “convierta en la mente”, responda con los automatismos.
Los desencadenantes más pequeños pueden producirnos respuestas emocionales que
nos parecen incontrolables.
Un estado de ánimo es un estado químico
del ser, por lo general de corta duración, la expresión de una prolongada
reacción emocional.
Algo en tu entorno desencadena una
respuesta emocional.
Como las sustancias químicas de esta
emoción no se usan al instante, sus efectos duran un rato. Se llama periodo
refractario, es el tiempo que abarca desde el inicio de la liberación de estas
sustancias hasta que el efecto disminuye.
Cuanto más dure el periodo refractario,
más se experimentan esos sentimientos.
Cuando el periodo químico refractario
de una reacción emocional dura horas o días, es ya un estado de ánimo.
¿Qué ocurre
si este estado de ánimo persiste?
A partir de aquel día no has estado de
demasiado buen humor y ahora durante la reunión de trabajo, al echar un vistazo
a tu alrededor, lo único que se te ocurre es que alguien lleva una corbata
horrenda y que el tono nasal de tu jefe es peor que el chirrido de unas uñas
arañando una pizarra.
Cuando llegas a este punto, ya no es
sólo un estado de ánimo, sino que estás reflejando un temperamento, la
tendencia a expresar de forma habitual una emoción a través de determinadas
conductas.
Un temperamento es una reacción emocional con un periodo
refractario que dura de semanas a meses.
Pero cuando el periodo refractario de
una emoción dura meses y años, esta tendencia se transforma en un rasgo de
personalidad.
En este punto los demás te describen
como un «amargado», «resentido», «iracundo » o «criticón».
Los rasgos de nuestra personalidad
suelen basarse en emociones pasadas.
La mayoría de las veces la personalidad
(cómo pensamos, actuamos y sentimos) está anclada en el pasado.
Por eso, para poder cambiar nuestra personalidad,
debemos cambiar las emociones memorizadas.
Dejar de
vivir en el pasado.
Hay otra cosa que nos impide cambiar.
Quizá también estemos acostumbrando al cuerpo a ser la mente para vivir un
futuro previsible, basado en el recuerdo de un pasado conocido, con lo que nos
perdemos el precioso «ahora».
Como ya sabes, podemos acostumbrar al
cuerpo a vivir en el futuro.
Aunque, claro está, esto puede
servirnos para mejorar nuestra vida, como cuando nos concentramos en una nueva
experiencia, si nos concentramos en una situación futura deseada y planeamos
cómo nos prepararemos o comportaremos, llega un momento en que vemos ese
posible futuro con tanta claridad y concreción que nuestro pensamiento empieza
a transformarse en la experiencia. En cuanto el pensamiento se convierte en la
experiencia, genera una emoción.
Pero ¿qué ocurre si empezamos a anticipar una
experiencia futura no deseada o incluso nos obsesionamos con el peor de los
escenarios, basándonos en un recuerdo del pasado?
Seguimos programando el cuerpo para que
experimente una situación futura antes de que ésta ocurra.
Ahora el cuerpo ya no vive en el
presente o en el pasado, sino en el futuro, pero en un futuro basado en alguna
construcción del pasado.
Cuando esto ocurre, el cuerpo no sabe
distinguir la situación real de la imaginada.
Como creemos que lo más probable es que
esa situación imaginada nos pase en la vida, el cuerpo se prepara para ella. Y
empieza a vivirla de una forma muy real.
En lugar de “obsesionarte” con una
situación traumática o estresante que temes vivir en el futuro, basándote en tu
experiencia del pasado, enfócate en una nueva experiencia deseada que aún no
hayas sentido emocionalmente.
Permítete vivir ahora en ese posible
nuevo futuro, hasta el extremo que tu cuerpo acepte o crea estar sintiendo las
elevadas emociones que la situación te producirá en el presente.
Joe Dispenza (Deja de ser tu)
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