El
tálamo es una estructura clave del sistema límbico y desempeña un papel
muy importante en los traumas de la primera infancia. Es totalmente
funcional después de la decimocuarta semana de gestación.8
Parte de la función de esta estructura es integrar los sentimientos y
ayudar a transmitirlos al córtex frontal, donde adquieren un contexto y
un significado específico. Después de la decimocuarta semana es cuando
vemos las cruciales conexiones que se establecen entre el centro
talámico y el cortical. Hay algunas pruebas de que el sentido del tacto,
en parte organizado por el tálamo, se registra en el seno materno
después del tercer o cuarto mes.
W.
J. H. Nauta, pionero en neurología y Michael Feirtag, coautor,
describen el tálamo como «un último control antes de que a los mensajes
de los sentidos se les permita entrar en los centros elevados del
cerebro. La información se va transformando en cada conexión sináptica
de las vías sensoriales: el código en que l'lega el mensaje se cambia
radicalmente. Es de suponer que los niveles más elevados no podrían
entender la entrada de información: ésta necesita ser traducida.
El
tálamo, con la ayuda del hipocampo, traduce el mensaje allenguaje
cortical. Esta traducción permite al córtex dar significado a un estímulo
emocional. Hace que la persona pueda comprender algo expresado como un
vago sentimiento de incomodidad al traducirlo en: «Mi padre me odia y
hace que me sienta mal conmigo mismo». El tálamo también transmite
nuestra necesidad insatisfecha como: « iPor favor, sé amable conmigo,
mamá!"
Sin
embargo, si el sentimiento de carencia afectiva es muy abrumador, el
mensaje se desvía y la huella acaba resonando alrededor del
inconsciente subcortical, intentando abrir a la fuerza las compuertas y
conectar con el córtex frontal. Esta resonancia es lo que nos hace
sentir tensos, nerviosos, tristes, inquietos o nos impulsa a hacer algo.
Muchas de las sustancias bioquímicas liberadas para combatir los
sentimientos abrumadores producen el mismo efecto que si tuviéramos un virus,
por ejemplo, alterando las células asesinas naturales del sistema
inmunitario. Estas células vigilan la aparición de células cancerígenas
recién formadas y las destruyen antes de que se desarrollen por
completo. Tras un año de Terapia Primal, se aprecia una normalización de
esas células. *
Cuando
el tálamo está dañado, las compuertas corticales no funcionan bien. No
tienen los suficientes jugos para hacer su trabajo. La persona no puede
pensar al instante, para ella todo es un embrollo y está inmersa en la
confusión. Su sistema intenta afrontar los sentimientos o las
sensaciones que no puede comprender, ya que cuando sufrió el trauma
original, el córtex prefrontal no se había desarrollado aún lo
suficiente para interpretarlo.
Desviando la información del córtex frontal, el tálamo «cree» que está intentando salvar nuestra vida y cordura. El hecho de establecer una conexión cortical generará una repetición exacta de las
reacciones originales que aquella persona manifestó ante el pasado
trauma -el corazón late rápidamente, la presión sanguínea sube, aparece
una fiebre alta y se produce una prolongada secreción de hormonas del
estrés- que amenazan la supervivencia del organismo. Aunque haya escrito
«cree» entre comillas, es evidente que el tálamo en algún momento dado
participa en nuestros procesos mentales.
Cuando
un dolor sufrido en la primera infancia es bloqueado sigue lanzando
mensajes, aspectos parciales de él que acaban convirtiéndose en ideas
delirantes o alucinaciones, en hipertensión o palpitaciones. Cuanto más
cerca esté la antigua sensación traumática de aflorar a la conciencia,
más intensa e importunadora será la obsesión, la idea delirante, la
alucinación o el síntoma físico. La evolución le obliga a ascender para
conectar, al igual que en la antigüedad hubo una migración hacia arriba y
hacia el exterior cuando el córtex se estaba formando. Pero
lamentablemente el tálamo y otras estructuras relacionadas lo desvían.
Cada huella traumática tiende siempre a ascender hacia los centros más
elevados que hemos desarrollado a lo largo de nuestra historia
evolutiva. El córtex frontal es para el sentimiento la última estación del recorrido.
Se ha descubierto que los psicópatas que oyen voces las escuchan de verdad, son las suyas. Sus propios centros del habla se activan durante esos episodios. Ignoran que surgen de sus centros del
sentimiento y del habla, pero oyen realmente algo. Sus sentimientos:
«Mis padres intentan hacerme daño», se convierten en ideas que les
hablan: por ejemplo «El hombre de la esquina quiere hacerme daño».
Sienten un peligro, no de su interior, de donde reside, sino del
exterior, adonde lo proyectan. Como no pueden acceder a su interior, se
concentran en el exterior. Por eso cuando consiguen progresar y logran
acceder a su interior pueden resolver los sentimientos y las alucinaciones, y las ideas delirantes desaparecen. A veces cuando
durante una sesión un paciente está a punto de revivir un agobiante
sentimiento, puede experimentar una alucinación pasajera. Ésta casi
siempre viene acompañada de unos cambios radicales en los signos
vitales.
Muchos
de mis pacientes empiezan la terapia sin ningún optimismo. Todo su
sistema ha adquirido el estado (el original) de fracaso: el pesimismo.
Una paciente empezó la sesión sintiéndose depri- mida, desvalida y cínica: «¿De qué me servirá? Nada va a ayudarme. Esta terapia no dará resultado en mí». Su actitud estaba impulsada por la experiencia que tuvo al nacer, durante la cual su madre recibió una fuerte anestesia. Al pasar por el conducto del parto se había visto afectada
por los medicamentos que grabaron en su organismo el sentimiento de que
nada de lo que hiciera cambiaría nada. Después, en la infancia, como
por mucho que lo intentara no logró que su madre la quisiera, aquel sentimiento de pesimismo y fracaso se agravó.
En
este caso encontramos en primer lugar un recuerdo fisiológico grabado
en el tronco cerebral. Con la llegada de las palabras se convierte en
«desesperanza». No es un recuerdo distinto, sino el mismo pero más
elaborado. La desesperanza más tarde asciende al córtex para ser
etiquetada. A veces está tan bien encubierta que tenemos que ir a ver a
un terapeuta para descubrir incluso que nos estamos ahogando en la
desesperanza. En la psicoterapia recibe muchos nombres, «depresión
encubierta» es uno de los favoritos. De
modo que en primer lugar tenemos una fisiología de la desesperanza;
después el componente del dolor a nivellímbico; y, por último, la idea
de él. Los tres elementos contribuyen a producir el sentimiento de estar
abrumado. El sistema puede captar la desesperanza y el sentimiento
dañar a los sistemas del organismo mucho antes de sufrirla
conscientemente.
De
niña una paciente sintió que no tenía nada a qué aferrarse. En la vida
adulta abrazó una tras otra idea mística de la Nueva Era en busca de una
tabla de salvación. Los vendedores agresivos la engañaban como a un
chino porque no sabía resistirse, no sabía decir no. Su
dominante y exigente padre le había robado esa capacidad. Ante un
verdadero obstáculo deseaba rendirse, se sentía resignada y vencida, era un sentimiento muy parecido al que había experimentado al nacer. Se había grabado en su sistema y perduraba. Consiguió revivir de dónde surgían esos sentimientos clave y los devolvió al pasado, al lugar donde pertenecían. En lás contadas ocasiones en las que el sentimiento volvió a
surgir de nuevo ya carecía de su anterior poder y ella podía decidir no
dejarse arrastrar por él. Tenía el poder de cambiar su vida.
Una
de mis pacientes con una presión arterial normal experimentó una subida
de 220/110 mientras estaba a punto de revivir el profundo sentimiento
de desesperanza que había sentido de niña. Después, al experimentarlo,
la presión bajó radicalmente. Estas lecturas indican la conexión que
existe entre los sentimientos y la presión arterial. Las subidas de los
signos vitales nos dan un índice de la magnitud del sentimiento. Sentir
la desesperanza en la terapia nos permite al fin liberarnos de ella,
porque en el presente la lucha para recibir amor está impulsada por
aquel terrible sentimiento. Es la base de todas nuestras acciones. Con
demasiada frecuencia no se mantiene ni siquiera una lucha para recibir
amor, ya que el individuo se rinde y no intenta recibirlo más. Se
retrae, deja de tener amigos que puedan ayudarle con los sentimientos
que experimenta y se deprime más aún. Aunque le animen a hacer amigos, a
salir y conocer a gente, está luchando contra una poderosa huella que le dice: «Ríndete, no lo intentes más. De nada te servirá».
Los
pacientes sumidos en la desesperanza empiezan usualmente una sesión con
los signos vitales muy bajos, los mismos signos vitales que aparecieron
cuando sufrieron el trauma original, ya que éste se ha desencadenado.
Una de las formas en la que los recuerdos se acarrean se produce cuando
la temperatura corporal es baja y la producción de linfocitos del
sistema inmunitario se reduce. Es decir, la palabra psicosomático no
significa sólo que el soma o el cuerpo se vea afectado por algún
problema psicológico, sino más bien que los eventos han quedado grabados
en el sistema físico como parte del recuerdo. No es una ni otra, sino
ambas cosas a la vez. En las célu-
las inmunccompetentes hay receptores analgésicos que son los mismos que
el cerebro fabrica. El dolor va directamente a estas células y cambia
su función inmunitaria.
Después
de experimentar un sentimiento, la temperatura corporal baja
considerablemente, al igual que la presión arterial. El cuerpo cambia al
estado de conservar la energía. ¿Por qué? Porque en un origen (por
ejemplo, en la anoxia causada por la anestesia durante el parto) eso era
lo que se requería. Cuando estos pacientes dejan la sesión lo hacen a
menudo con una lectura de sus signos vitales más alta. Liberarse del
sentimiento normaliza el cuerpo porque la huella del trauma lo había
desestabilizado. No conozco ninguna terapia que pueda alterar la
temperatura corporal de un modo tan radical cómo la nuestra. Es evidente
que los humanos somos una entidad unificada; los sentimientos se
reflejan en la temperatura corporal y en otras funciones vitales y todo
se mueve a la vez hacia
la normalización. La temperatura recupera unas lecturas normales al
tiempo que el paciente comunica que se siente mucho mejor. Sin embargo,
si el paciente afirma que se siente mucho mejor pero las mediciones
fisiológicas no lo reflejan, deberemos observarlo de nuevo. Este
caso se da con frecuencia en la abreacción, en la que el paciente
descarga la energía de la tensión almacenada pero sin conectar con el
córtex frontal, generando un estado de autoengaño. Mientras tanto los
signos vitales bajan esporádicamente, pero no todos al mismo tiempo. Es
una señal de que el sistema no está en armonía.
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