Nuestras
primeras experiencias con el mundo marcan nuestro desarrollo emocional.
En la infancia se entreteje una red que conectará nuestra mente y
nuestro cuerpo, lo que determinará en gran parte el desarrollo de la
capacidad de sentir y de amar. En este sentido, nuestro crecimiento
emocional dependerá de nuestros primeros intercambios emocionales, los
cuales no enseñarán qué ver y qué no ver en el mundo emocional y social
en el que nos encontramos.
Así, el campo de nuestra infancia nos
permite sembrar las semillas del amor de manera natural, lo que
determinará que la capacidad de amar y ser amados crezca de manera
saludable y nos ayude a desarrollarnos.
Si alimentamos a los niños de amor, los miedos morirán de hambre
Las muestras de cariño y afecto elevan la autoestima en los niños y les ayudan a construir una personalidad emocionalmente adaptada e inteligente. Es decir, nuestro amor les ayuda a manejar los miedos naturales que surgen en las diferentes edades, fomentando un grado de sensibilidad saludable, los niños amados se convierten en adultos que saben amar.
Los niños tienen una confianza natural
en sí mismos. De hecho, nos asombra que ante desventajas insuperables y
fracasos repetidos no se rindan. O sea, que la persistencia, el
optimismo, la automotivación y el entusiasmo amistoso son cualidades
innatas.
En este sentido, es el mundo o, mejor dicho, los adultos, los que vamos mermando esa inteligencia emocional con la que todos nacemos.
Darnos cuenta de esto nos ayuda a ser conscientes del papel tan relevante que tiene amar a nuestros hijos y educarlos desde el respeto, la empatía,
la expresión y la comprensión de sentimiento, el control del enfado, la
capacidad de adaptación, la amabilidad y la independencia.
¿Qué podemos hacer para criar niños felices y saludables?
El temperamento de un niño refleja un
sistema de circuitos emocionales innatos específicos en el cerebro, un
esquema de su expresión emocional presente y futura, y de su
comportamiento. Estos pueden ser o no adecuadas, por lo que la educación
debe convertirse en apoyo y guía para ellos.
Para lograr una salud emocional óptima,
debemos cambiar la forma en la que se desarrolla su cerebro. La idea es
que a través del amor y de la educación emocional fomentemos ciertas
conexiones neuronales saludables.
O sea, todos los niños y todos los adultos parten de unas características determinadas que tienen que gestionar juntos para lograr su bienestar físico y emocional.
Por ejemplo, el hecho de que un niño sea
tímido por naturaleza, suele provocar que los adultos que nos
encontramos a su alrededor lo sobreprotejamos, haciendo que se vuelva
ansioso y perturbable con el paso del tiempo.
En este sentido, con lo que hoy en día conocemos, la educación emocional
requiere de cierto desaprendizaje adulto. Un niño tímido debe aprender a
poner nombre a sus emociones y a enfrentar lo que le perturba, no debe
sentir que le cortamos las alas porque es vulnerable.
Un adulto tiene que mostrarse empático
sin reforzar sus llantos y sus preocupaciones, proponiéndole a su vez
nuevos desafíos socio-emocionales que le permitan evolucionar. Es decir,
hay que proteger su salud emocional a través del desarrollo de sus
características naturales.
Las claves básicas de una educación emocional saludable
1. Los especialistas
suelen recomendar ayudar a los niños a hablar de sus emociones como una
manera de comprender a sí mismos y a los demás. Sin embargo, las
palabras solo dan cuenta de una pequeña parte (un 10%) del verdadero
significado que obtenemos a través de la comunicación emocional. Por
esta razón, no podemos quedarnos solo en la verbalización, sino que
tenemos que enseñarles a comprender el significado de la postura, de las
expresiones faciales, del tono de voz y de cualquier tipo de lenguaje
corporal. Esto resultará mucho más efectivo y completo para su
desarrollo.
2. Desde hace años se
viene promocionando el desarrollo de la autoestima de un niño a través
del elogio y los refuerzos constantes. Sin embargo, esto puede hacer
mucho más daño que bien. Los elogios solo ayudarán a nuestros niños a
sentirse bien consigo mismos si están relacionados con logros
específicos y con el dominio de nuevas aptitudes.
3. El estrés es uno de
los grandes enemigos de la niñez. Sin embargo, es un inconveniente con
el que tienen que vivir, por lo que protegerlos en exceso es una de las
peores cosas que podemos hacer. Ellos tienen que aprender a enfrentar
estas dificultades naturales de tal forma que desarrollen nuevos caminos
neurales que les permitan adaptarse al medio en el que viven.
“Somos seres emocionales que aprendimos a pensar, no máquinas pensantes que aprendimos a sentir” – Stanisla Bachrach
No podemos tratar de criar a nuestros
niños en un mundo Disney de inocencia e ingenuidad. El estrés y la
inquietud forman parte del mundo real y de la experiencia humana tanto
como el amor y el cuidado.
Si tratamos de eliminar estos
obstáculos, impediremos que tengan la oportunidad de aprender y
desarrollar capacidades realmente importantes que les ayuden a enfrentar
desafíos y decepciones que son inevitables en la vida.
-Raquel Aldana-
http://consejosdelconejo.com
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