La geógrafa, escritora y bailarina Celia Quílez nos trae un
nuevo artículo fruto de sus más recientes investigaciones. En él nos
habla del papel que tiene el cuerpo en este mundo actual que se
digitaliza, tecnifica y virtualiza, pero en el que también aparecen
fenómenos sumamente corporales… como el efecto running.
Hace largo tiempo oí decir al ingeniero físico y terapeuta Moshe
Feldenkrais...
que “nada es posible sin movimiento”; lo que me llevó a
pensar lo siguiente: “Sin movimiento, la vida sería imposible”. Pero,
¿a qué tipo de movimiento me refiero? ¿Acaso al movimiento cosmológico,
o quizá al movimiento de las ciudades? No exactamente. La pregunta
precisa una reformulación: ¿Qué me permite experimentar o sentir “el
movimiento”? La respuesta: mi cuerpo. En efecto, es gracias a mi cuerpo
que puedo moverme y, por consiguiente, también vivir.
Cuentan (¿quiénes?) que el mundo de hoy se digitaliza. La sociedad
parece haber aprendido a vivir sin la necesidad de un cuerpo orgánico.
Los humanos somos capaces de movernos “virtualmente” sin la necesidad de
hacerlo también “orgánicamente”. El cuerpo nos estorba; es un mal que
debe extirparse. Anhelamos vivir en un mundo virtual donde poder dejar
atrás un cuerpo que nos recuerda que somos mortales y también esclavos
de nuestra biología. Y es este sueño de un “mundo sin cuerpos” que ha
hecho que algunos autores hablen de la existencia de unos cuerpos postorgánicos,
es decir, unos cuerpos que han superado su organicidad, puesto que con
un mínimo movimiento (corporal) son capaces de gestionar sus vidas; casi
todo lo realizan mediante mecanismos digitales y tecnológicos.
Paralelo a este fenómeno, y es aquí donde incido, parece haber surgido lo que se ha hecho llamar bodysm,
es decir, un culto exagerado por el cuerpo; la sociedad, además de
hacer uso de la tecnología para alejarse de “ese cuerpo orgánico que le
estorba”, también, y aunque parezca paradójico, tiende a cuidar en
demasía su cuerpo, puesto que lo que quiere es un cuerpo “perfecto”; en
otras palabras, un cuerpo artificial, no-orgánico. Una muestra de ello
es el llamado efecto running o efecto maratón. Cada vez hay más
gente que corre. Según muchos, esta es una moda del presente. Cuando
andamos por la ciudad, a nuestro alrededor, vemos gran cantidad de
personas con indumentaria deportiva, corriendo. Pero me pregunto si
realmente es así. ¿Todos aquellos que corren lo hacen porque “está de
moda”? Esta ha sido la respuesta de autores y pensadores que, intuyo,
hacen un uso más bien reducido de sus cuerpos. Me pregunto si han
corrido alguna vez. Y si lo hicieron, ¿qué sintieron?
¿Por qué corremos? ¿Por qué la sociedad de hoy “corre”? Corremos, y me
incluyo en este “nosotros”, porque necesitamos sentir nuestro cuerpo, en
otras palabras, que somos orgánicos. En el pasado (concretamente,
finales del siglo diecinueve y principios del veinte), en respuesta al
sedentarismo burgués, surgió una especie de respuesta social o
contra-ritmo: andar. Algunos individuos, como el dandy o el flaneur de
la poesía de Baudelaire, callejeaban, vagabundeaban y andaban a la
deriva por las calles de la ciudad. Hartos de tanto estatismo y
sedentarismo, sus cuerpos pedían “moverse”. Pero en la actualidad, la
sociedad no solo es sedentaria, sino también digital. Y es en respuesta a
esta digitalización que los cuerpos necesariamente “corren”. Ya no nos
sirve andar para sentir de nuevo nuestro cuerpo. La respuesta es más
agresiva. Para sentir el gozo de estar viva debo correr.
Por muy digitales que creamos ser, queramos reconocerlo o no, estamos
enraizados a unos cuerpos “orgánicos”. No podemos prescindir de ellos,
puesto que sin un cuerpo no podríamos vivir. Correr no se puede analizar
como una moda pasajera, sino como una respuesta orgánica y social.
Celia Quílez
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